
no termina de aorillarse, Valentina Alvarado Matos
19/11 - 17/12
Este texto nace de mi visita al estudio de Valentina Alvarado Matos, donde me enseñó las piezas en papel y cerámica que ahora forman parte del mural en la galería Fuga, pero también de los enlaces de vídeo que me compartió por e-mail, estando ya de viaje, y de algunas anotaciones que, según me dijo, le ayudaron a centrar su propuesta. La primera es una entrada de un libro llamado Mestizajes de la palabra Collage. Me llegó glosada en nueve páginas. ¿O en realidad eran imágenes? La artista las capturó con su móvil, para enviármelas. Por eso, en pantalla, vi cómo las frases se curvaban ligeramente, en lugar de estar planas, reproduciendo la inclinación natural del pliego cuando está cosido o encolado a un lomo. Su ondulación me recordó al oleaje y esa sensación de vaivén que se percibe en su obra, fraguada en un continuo ir y venir de sitios, ideas y materiales que nunca mueren en una toma. Más bien reaparecen en otras, incluso en vídeos distintos, como esquirlas de un paisaje que se filtra o sedimenta sobre otro y se abre a nuevas configuraciones. De hecho, el libro del que extrajo sus capturas para explicarme cuál era su principal metodología (el collage) es el mismo que sale en su correspondencia filmada con Nazli Dincel, salvo que aquí se usa para prensar unas flores. Unas manos las depositan en otra página, en la H de Hacia, mientras se escucha: "hacia como orientación, como movimiento, no hacía como un hacer". Con esta distinción, la artista enfatiza su apuesta por la transitoriedad sobre los hechos o acciones consumadas, lo que a su vez se refleja en su reiterado intento de romper con la rigidez del encuadre y hacerlo más inestable.
En un escrito sobre las láminas de la primera enciclopedia, Roland Barthes afirmó que "apropiarse es fragmentar el mundo, dividirlo en objetos finitos, sujetos al hombre en proporción a su discontinuidad: puesto que no se puede separar sin finalmente nombrar y clasificar, a partir de esto nace la propiedad. Míticamente, la posesión del mundo no comenzó con el Génesis sino con el Diluvio, cuando el hombre fue obligado a nombrar cada especie animal y a ubicarla, es decir, separarla de sus especies vecinas". Si lo menciono es porque al intervenir en el paisaje -o mejor dicho, en su representación- o preguntarse si se puede deletrear una hoja, Alvarado Matos parece estar vengándose de esta violencia epistemológica de la que habla Barthes consistente en separar, definir, clasificar y fijar las cosas, convertirlas en conceptos. Aquí la artista sigue otra lógica: "hago una foto, escaneo, imprimo, para volver a dibujar, volver a escanear, volver a imprimir para filmar para colgar". A veces, es la voz la que habla por encima de la imagen. Otras, son unas manos las que alteran la sintaxis del 'mundo civilizado', que en su imaginario es sugerido por distintos elementos como un mapa o el globo terráqueo, una lámina de fósiles, su visita al Jardín Botánico y esa idea del horizonte que es reflejo de la perspectiva lineal renacentista con la que se colonizó América. Cabe mencionarlo, pues Matos nació en Venezuela pero vive en España. De ahí su recurrencia a un paisaje que migra continuamente, contaminado por sus recuerdos: un paisaje que no termina de aorillarse. Esta cualidad sensible queda amplificada por la fragilidad del material analógico y la rapidez con la que se deteriora sino se preserva
en condiciones.
"Ir filmando es también es una forma de repasar lo filmado". En otra de sus notas, la escucho traduciendo sus imágenes en palabras: Manos de mi padre abren horizonte rojo triturado... Manos mías abren restos de mapa... Manos que nos son mías acarician... Mano interrumpe mano impresa escaneada sobre conchas de naranja y cerámica... Mano sostiene foto del fondo del paisaje... Dedo toca lente del paisaje... Mano sostiene foto sobre el fondo de esa foto... Igualmente, observo que en al menos dos películas se acreditan las de las personas que aparecen en ella, nunca de cuerpo entero. Conecto su énfasis con otra observación de Barthes, cuando dice: "Se puede precisar a qué se reduce el hombre de la imagen enciclopédica, cuál es, de alguna manera, la esencia de su humanidad: son sus manos. En muchas de las láminas (las más bellas tal vez) aparecen manos separadas del cuerpo que revolotean alrededor de la obra (pues su ligereza es extrema); esas manos son sin duda el símbolo
de un mundo artesanal (...); pero más allá del artesanado, las manos son fatalmente el signo inductor de la esencia humana.” En el contexto al que se refiere, donde figuran una infinidad de objetos detalladamente ilustrados, éstas sirven para marcar una escala en relación al cuerpo. Digamos que nos familiarizan con lo que estamos viendo, pero también son el reflejo de una determinada épica, como si el mundo no pudiera existir por su cuenta. Es 'el hombre' quien le da forma y lo maneja. Incluso me atrevo a sugerir que la enciclopedia sería la culminación última de esta idea. Ni qué decir que Alvarado Matos parte de una premisa muy distinta. Se diría que la mano, en su caso, es un modo de acceder a la imagen e inscribirse en ella. Lo que nos indica es que ésta no existe de manera autónoma sino que es fabricada simultáneamente a su registro, pero en diálogo con el papel, la arcilla o el agua y de las sales y minerales que componen la película. Variables de las que tiene un control limitado. Esta idea también es sugerida cuando menciona en qué se parecen el cine y la cerámica, dos de sus prácticas: “En ambos casos, hay tiempos en los que la imagen emerge, cuando filmas algo en analógico no puedes verlo de inme- diato. Lo mismo ocurre en la cerámica con el horno. Estos procesos artesanales están marcados por la espera y por la transformación de la materia en ese intervalo. La consiguiente aparición de las imágenes reveladas, o de las piezas horneadas, es un reencuentro donde se expresan las propiedades de sos elementos”.
A la luz de esta declaración, se diría que en su trabajo no hay un sujeto agente sobre un objeto, que es pasivo, sino situaciones intermedias, y una negociación continua en la que, a menudo, entran otras personas del universo afectivo de la artista. Pienso en las manos de su madre recogiendo unas flores o en las de Catarina -nuestra amiga en común- raspando una superficie, pelándola, y las conecto con las mías al escribir este texto, donde interpreto los collages, vídeos y notas de Valentina, inevitablemente filtra- dos por lo que ya conozco. Y aquí es cuando me acuerdo de Raul Ruíz, citando a Huidobro “No cantéis la rosa, oh, poetas: hacedla florecer en el poema”, al que propongo como aliado, pues las imágenes que aquí aparecen también son esto: un suma de circunstancias y de intercambios.
Andrea Valdés
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